Fragmento del Prólogo

"Parado aquí, miro hacia atras el largo y extraño camino que me reservó el destino, y compruebo tristemente a mi alrededor que hechos similares a los que voy a contar no dejan de ocurrir entre la especie humana."

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Sobre la película

CUANDO LA HISTORIA NO CABE EN EL CINE:  "LA LISTA DE SCHINDLER",
DE STEVEN SPIELBERG

Casi 48 años después de que, en la fábrica de Brünnlitz, mil trescientos judíos fuéramos salvados de la muerte, Steven Spielberg filmó una película que hizo salir a la luz la historia de la pareja de esposos Emilie y Oskar Schindler, a quienes yo debía la vida.
Fui a ver La lista de Schindler. Creo haber dicho que desde que supe que se había filmado volví a tener noches de insomnio. Fui al cine con tremenda curiosidad y excitación: todo ese horror intransferible, imposible de transmitir y comprender para quien no lo sufrió, ¿podría ser ahora compartido con mis semejantes? Solamente así, sentía, podríamos tomar todos el compromiso de que algo tan atroz no volviera a suceder, por eso el film era tan importante.
Pese a sus grandes méritos, la película no logra lo que yo esperaba. Claro que es difícil para los que estuvimos ahí y vivimos lo que en Spielberg es simplemente un relato, juzgar el film de un modo rápido y dar un solo juicio de valor.
La lista de Schindler es valiosa, antes que nada, porque se hizo: su sola existencia consiguió que un tema en el que casi nadie quiere pensar, del que la gente no quiere escuchar, se instalara en la sociedad". Tuvo críticas por eso, también. "Para qué insisten con lo mismo", decían algunos, "ya todos sabemos lo que pasó".
Pues no es cierto. Yo, el detenido 105.262 KL, puedo asegurarles que no lo saben, que no se sabe lo que pasó. Así lo demostraban a veces los propios comentarios que generaba la película. Por ejemplo, como ya dije en otro lugar de este libro, criticar a Schindler porque explotaba a los obreros judíos supone no entender en absoluto qué hizo el nazismo con nosotros y en qué condiciones históricas llevaron a cabo Oskar y Emilie su tarea humanitaria.
Sé que para quien no fue tocado por esta tremenda experiencia debe ser intolerable escuchar y ver lo que ocurrió, debe producir hasta rabia que "se insista" en ello. Sin embargo, es absolutamente imprescindible hacerlo. Ese fue uno de los méritos de la película, que merece todo mi respeto. El otro fue sacar del anonimato a los esposos Schindler. Un acto de homenaje y de justicia, pero no solamente: los Schindler proyectaron un ejemplo de humanidad que se vuelve cada vez más necesario en un mundo tan alterado e injusto como el que vivimos, donde siguen las masacres, los genocidios, la intolerancia y los racismos, mientras cantidades alarmantes de adolescentes ignoran quién fue Hitler y en muchos ámbitos se osa afirmar que el horror nazi es una mentira que inventaron los judíos.
De modo que antes de hablar del film en sus particularidades, quiero dejar claro que es valioso más allá de cualquier objeción, que fue positivo, necesario y jugó un rol importante. Esto para no hablar de sus bondades técnicas y estéticas, de las muy buenas actuaciones, etc, que percibo aunque no sea mi especialidad.
Desconozco cómo fue gestada La lista de Schindler, creo que se basó en el libro homónimo de Thomas Keneally (traducido y publicado aquí por la editorial Sudamericana, en 1984). Keneally no es un sobreviviente, trabajó con los testimonios de algunos de los que integraron la lista. Como en toda reconstrucción, hay lagunas, a veces producidas por olvidos o confusiones de los que aportan la información, otras por causas menos amables, como los intereses espúreos o las versiones tendenciosas de algunos que no voy a nombrar porque no me corresponde.
Quien haya seguido mi testimonio comprenderá enseguida que el olvido más injusto del film (en eso sigue al libro) es el del rol de Emilie. Probablemente haya intereses creados que quieran apartarla de los episodios para no reconocer cuál fue su participación. Lo cierto es que ni el empeño de esa anónima mujer en conseguirnos alimentos y medicación, ni su valiente y humanitaria actitud frente a los judíos en inanición que aparecieron encerrados en el vagón de carga de la estación de Trottau, ni su férrea voluntad y audacia aparecen en el libro, y tampoco en la película. El riesgo que Emilie corrió y su identificación con la tarea de Oskar no son valorados, la gran mujer que está detrás del gran hombre queda en este caso (y en tantos otros, en este mundo machista) detrás y escondida. No se lo merece.
Después están las exageraciones o el uso de tics y lugares comunes del cine de Hollywood, que aunque pueden ser útiles para que el gran público construyen errores históricos.
Por ejemplo, la escena donde los dos obreros de Schindler se casan en una ceremonia improvisada donde una mujer oficia de rabino y los demás festejan conmovidos, revela una falta muy grande de entendimiento: Ese casamiento, se supone, transcurre luego de la escalofriante liquidación del ghetto de Cracovia, previo traslado de algunos de ellos al campo de trabajos forzados de Plaszow. ¿A quién le importaba casarse en semejante situación? Hacerlo suponía un proyecto. Circulaba un dicho entre nosotros: "Hoy vivo, mañana quién sabe". Ese era el lema de hombres y mujeres; si entre ellos había atracción o nacía afecto, no se les ocurría otra cosa que vivir el momento, aprovecharlo lo mejor posible. Casarse sonaba ridículo; no sé de nadie que lo haya hecho durante esos años, ni siquiera sé de alguien que lo haya concebido.
Otro momento en que la película impide entender el sentido profundo de lo que ocurrió realmente es cuando Oskar y su colaborador judío, el contador Stern, construyen la lista de Schindler entre los dos, dándose nombres y apellidos de los que van a integrarla, Stern en la máquina de escribir y Oskar paseándose por el cuarto, recordando uno a uno a sus protegidos.
Acá hay que pensar, primero que nada, qué quiere decir quitar documentos y posesiones y encerrar masivamente a un pueblo en un lugar adonde se priva a cada uno de su nombre propio y se le graba un número a fuego en el cuerpo. Los judíos en los campos de concentración nazis no tenían nombre: eran solamente números.
Lo que quiero decir es que Oskar puede haber conocido los nombres de sus colaboradores más directos, pero jamás puede haberse paseado por su oficina nombrándonos así. Nosotros éramos oficialmente números y él no tenía medio de conocernos de otro modo. En Brünnlitz no vi a Oskar más que una o dos veces; su contacto con los obreros de Cracovia pudo ser un poco mayor, pero no al punto en que lo muestra la película. En cuanto a los otros integrantes de la lista, los que recién habíamos llegado a Plaszow y veníamos de Budzin, es obvio que Schindler no tenía cómo conocernos.
Tampoco pudo suceder la escena en que se llevan a los niños, arrancándolos de las madres para exterminarlos, y los hacen cantar y despedirse desde los camiones. Los nazis no daban semejantes golpes bajos, tan propios del sadismo de cierto cine norteamericano; su maldad era salvaje: arreaban a todos sin excepción por la fuerza, brutalmente, a camiones y vagones de tren cerrados y sin aire. Así transportaban a la gente, como a ganado, parada sin poder moverse, sin agua ni comida. El final del viaje encontraba a muchos asfixiados, los que estaban vivos tenían como destino las cámaras de gas y luego los crematorios.
Otro error del film es la fundición del anillo que los obreros de Brünnlitz habríamos hecho para Oskar, según la película. Como ya dije, entregamos a la pareja una especie de pergamino con la firma de todos donde constaba nuestra gratitud. El anillo no existió y hubiera sido imposible que existiera. A esa altura, nadie tenía ya un diente de oro en su boca: el que lo había poseído se lo había sacado para cambiarlo por comida; en cuanto a los dientes de oro de los muertos, estaban en poder del estado alemán. Nuestra necesidad de expresar la gratitud a Oskar existió, pero no hubo anillo.
El film no es claro al narrar cómo Schindler llega a tener la fábrica de ollas de Cracovia y cuál es su origen. Schindler nunca pudo haber comprado esa fábrica a sus dueños por la sencilla razón de que éstos eran judíos y estaban despojados de sus bienes. Hay que reconocer que Oskar empieza aprovechando las confiscaciones que los nazis hacen de las propiedades judías. La riqueza psicológica del personaje es, precisamente (y esto el film lo muestra) su transformación.
Pero si bien el film lo muestra ocupando la lujosa casa de una familia que fue obligada a concentrarse en el ghetto, no es igual de claro respecto de la fábrica: cuenta una transacción comercial clandestina entre Schindler y algunos judíos ricos del ghetto, según la cual ellos le dan a Oskar el dinero que tienen guardado para que él pueda comprar la fábrica, a cambio de un pago en especies que Schindler promete para cuando la planta comience a producir. La promesa de pago, si es que el trato existió, debe haber sido muy difícil de cumplir; la película no se detiene a contar esa dificultad. Y tampoco dice claramente a quién había que pagarle la fábrica. Yo no sé cómo Oskar Schindler llegó a tener la planta, tampoco estoy seguro de si fue realmente propietario o si se la dieron para gestionar, lo que sé es que si pagó algo por ella no fue a sus legítimos dueños sino al tesoro alemán, es decir al que había robado esa fábrica a sus dueños. Insisto, eso no quita méritos a la extraordinaria obra de ese hombre noble, es simplemente la verdad histórica.
En el film no figura la horrible pesadilla del paso por Gros Rosen al ser trasladados a Brünnlitz, y en la Brünnlitz fílmica no nos visten como estábamos: ropa a rayas verticales de prisionero, con número de condenado a la vista. Ni Oskar ni Emilie podían lograr que esto no fuera así, porque la fábrica era un campo de concentración, no otra cosa.
La escena del final de la guerra es otra escena complicada. Cuando conté mi historia me esforcé mucho por detallarla y transmitir el clima que tuvo porque creo que plantearla como una especie de final feliz (eso hace la película) es bastante grave. Nadie tenía deseos de gritar de alegría ni de festejar: no hay nada que festejar en una ocasión como ésa. Hay mucho miedo por un futuro que por primera vez aparece en el horizonte, mucho asombro porque uno está vivo, y una tristeza infinita porque por primera vez hay tiempo para mirar para atrás y enfrentarse con que los seres que uno amó son cadáveres que ni siquiera están enterrados en algún lugar. Silencio y conmoción, no hurras, coronaron el discurso de Oskar.




















EL DESTINO DE EMILIE Y OSKAR

Durante el mes de agosto de 1993 tuve la emoción de descubrir a Emilie Schindler por televisión, en una entrevista. La reconocí en el acto: habían pasado muchos años desde el 8 de mayo de 1945, cuando la había visto por última vez, pero su fisonomía no había cambiado.
Cuando supe que el 14 de septiembre la señora Emilie iba a recibir un premio en la sede de la AMIA, decidí asistir. El embajador israelí y el Instituto Yad Vashem le entregaron un diploma y una medalla recordatoria en mérito a su accionar en la salvación de los judíos que trabajaron en Brünnlitz; entre el público, uno de esos judíos la aplaudió. Estaba tremendamente conmovido, tenía enormes deseos de saludar a esa anciana pequeña y de profundos ojos celestes a quien debía la vida.
Desde entonces la he visitado varias veces. La elección ética que hizo junto con su esposo durante la terrible segunda guerra mundial no le deparó precisamente una fortuna. Hace unos diez años que Emilie vive en una casita de San Vicente que le entregó la Bnei-Brit, grupo Tradición (una organización de beneficencia judía); otro grupo de la colectividad, la Fundación Helene Mandella de Strupp, le da una módica asignación mensual. Comparte su vida, simple y austera, con algunos gatos y un perrito guardián. En el terreno de atrás de su casa plantó algunos árboles frutales y adelante hizo un jardincito. Emilie ama la naturaleza, en su juventud vivió en el campo.
La anciana se despierta todos los días a las cinco de la mañana, escucha el noticiero por la radio, se ocupa de sus quehaceres domésticos. Una empleada la ayuda en la casa y la acompaña en sus salidas. Siempre está de buen ánimo y humor, sumamente lúcida pese a los 90 años que está por cumplir al cierre de este libro. Aunque se queja de un dolor de columna y de úlcera y usa bastón para caminar, es muy activa: viaja mucho fuera del país, como invitada especial de distintas organizaciones, sobre todo judías. Después de la película fue entrevistada varias veces en televisión, diarios y revistas. No siempre esto fue gratificante: Emilie tuvo que sufrir esperas y malos tratos, tan típicos en la televisión.
Me gusta visitarla. Hemos conversado mucho, recordando el pasado. Le hice preguntas sobre la fábrica en Brünnlitz y los acontecimientos que nos unieron, pero nunca sobre su vida privada. Ella no deseaba hablar de eso y yo respeto su postura y siento lealtad por lo que fue y lo que es. Sufrió mucho con Oskar, tuvo muchos desengaños también con conocidos de la pareja que le fallaron.
Tal vez por eso, Emilie recela y desconfía de casi todas las personas, incluso a veces de gente desinteresada y honesta que quiere ayudarla. Cuando la prensa empezó a ocuparse de la historia de los Schindler, poco antes del estreno de la película, ella sufrió un asedio periodístico y televisivo en el cual, muchas veces, la trataron con desconsideración. Se quejó mucho ante mí de los malos tratos y dijo estar abrumada por las continuas invitaciones de instituciones que querían homenajearla, pero tampoco rechazó los convites. No estaba acostumbrada a hablar en público ni a que le hicieran tantas preguntas, se sentía incómoda; sin embargo, también era gratificante empezar a recibir un reconocimiento que se merecía, una vez me confesó que le empezó a gustar, y es bastante comprensible.
Hoy Emilie está algo más tranquila, ya no viaja como antes, su precaria salud y sus años no se lo permiten. Le gusta quedarse en su casa, alimentar a los pájaros que todas las mañanas acuden para que ella les dé comida, cuidar a sus animales y atender las flores y los árboles frutales que ella misma plantó.
Cuando la veo a Emilie actuar sola, sin Oskar, en las recepciones y los agasajos, entiendo hasta dónde estaba postergada a su lado. Su inmensa energía, su testarudez (como ella la llama) para no ceder frente a las terribles injusticias que imponían los alemanes, sólo se notaban en sus actos concretos. Junto a Oskar, ella funcionaba como una sombra, él decidía todo sin consultar y además le hacía continuos desplantes. Todo aguantó Emilie de su marido, su sacrificio debe haber sido por amor.
Lo cierto es que aún hoy se siente molesta y hasta herida cuando recibe homenajes en los que la memoria de Oskar no ocupa el lugar que se merece. En nuestras charlas casi no menciona cosas molestas que él le haya hecho, o trata de minimizarlas e ignorarlas. Me contó que cuando terminó la guerra y huyeron de Brünnlitz, Oskar estaba desanimado y asustado y ella tuvo que tomar las decisiones. Al parecer, el final de ese mundo cuyas reglas él tan bien manejaba y donde se movía siempre en riesgo, siempre en equilibrio, pero siempre con éxito, lo había desorientado por completo.
La depresión y el desconcierto invadieron a este hombre que, a su modo, era fundamentalmente un hombre de acción. Ya en Argentina, decidió invertir el dinero que trajo en un emprendimiento rural en San Vicente, donde la pareja había comprado un casco de cuatro hectáreas: puso un criadero de nutrias. Lo absurdo del intento salta a la vista: es difícil criar nutrias lejos de su ambiente natural, en un lugar donde no hay agua en abundancia ni clima apropiado, y pretender que sus pieles, inevitablemente de mediocre calidad, compitan en el mercado. Oskar no tenía la menor experiencia en trabajos campestres; Emilie sí, pero no en nutrias. El dinero que habían traído (probablemente una recompensa de alguna organización judía) se les iba de las manos, había sido invertido con muy poca inteligencia.
Muy deprimido y profundamente desarraigado, en un país que no entendía, en una realidad en la que no sabía moverse, Oskar dejaba a Emilie sola, se iba a beber por ahí, llegaba a altas horas de la noche, peleaba con ella. Emilie se esforzaba en seguir adelante, en construir una mínima situación de bienestar para los dos.
Compraron ganado vacuno y lograron vender algunos terneros con el tiempo. Pero tenían poca tierra para el pastoreo, de modo que la señora Schindler arriaba personalmente a los animales hasta lugares baldíos a donde hubiera un poco de pasto. Llegaron a tener unas cincuenta cabezas de ganado; las cosas tal vez hubieran podido encaminarse pero Oskar de pronto abandonó el hogar, se fue a Alemania y dejó a Emilie sola y llena de deudas. Su mujer no tuvo noticias de él durante mucho tiempo, pasó hambre y enfrentó graves dificultades.
El 17 de octubre de 1987, el periodista Von Peter Garlinski, del diario de la colectividad alemana "Argentinische Tagenblat", publicó una nota en la que contaba parte de la historia de los Schindler y cuál era la situación actual de la señora. Pedí solidaridad. La nota -escrita en alemán- trascendió de la colectividad alemana a la judía, pero no a los demás diarios del país.
No obstante, eso fue suficiente para que la organización internacional judía Bnei-Brith y su grupo 'Tradición" resolviera tomar cartas en el asunto. Así fue como se construyó para Emilie una vivienda en un amplio terreno de San Vicente y se le asignó una mensualidad para sus necesidades más inmediatas. Un escribano de prestigio se ofreció a negociar las deudas, pudo vender lo que quedaba del establecimiento rural y pagó una buena parte. De todos modos quedó una deuda pendiente, que los acreedores propusieron condonar a la señora Schindler; pero Emilie, cabeza dura y digna como siempre, se negó y la fue pagando de a poco. Actualmente está saldada.
En cuanto a Oskar, también su destino quedó ligado a la colectividad. Recibió en vida innumerables homenajes (que incluyen calles y plazas con su nombre) en los Estados Unidos y en Israel. Falleció en 1974; sus restos descansan en el cementerio del Monte de los Olivos, en Jerusalem. Sobre su tumba se lee una inscripción en hebreo: "justo entre los muchos", y en alemán, se agrega: "el inolvidable salvador de 1200 judíos".
Un genocidio precisa cómplices activos y pasivos, precisa indiferencia y permisividad. Con muchos Oskar y Emilie Schindler la masacre no hubiera sido posible; también por eso quise rendir mi homenaje a ellos en esta historia. Emilie está por cumplir noventa años. Pequeñita, simple, tierna y femenina, se pasea por su terreno cuidando toda la vida que hizo crecer a su alrededor. Justa entre muchos, ella también, no exhibe su ejemplo, vive con serenidad y modestia. Su existencia nos reconcilia con la especie humana y nos muestra que entre los múltiples modos de heroísmo hay algunos muy simples, pero nada fáciles: resistirse a ceder a las circunstancias, cuando las circunstancias nos repugnan, y defender nuestra conciencia aunque sea caro, porque tal vez sea la conciencia la única riqueza que tenemos los humanos, tal vez sea lo único que merezca conservarse hasta la muerte.

ReconstrucciOn
8 DE MAYO DE 1945-2005
APOSTANDO POR LA VIDA

Fuimos convocados en el patio de la fábrica, que simultáneamente era campo de concentración. Era la fábrica de municiones destinadas al ejército alemán. Era la fábrica de Osccar Schindler en Brenetz, en la región de Sudetes.
En ese patio, las primeras palabras transmitidas fueron:
“¡Somos libres! ¡Fuimos liberados! ¡El Tercer Reich de Hitler ha capitulado incondicionalmente ante el ejército de los Aliados!”
Fue una larga y sangrienta lucha, en varios frentes, contra el nazismo. La segunda guerra mundial en Europa llegó a su fin con millones de muertes. Entre otros, seis millones de judíos. El así llamado Holocausto. Esta denominación no refleja todo, fue mucho más, que nunca más será revelado todo.
Los ejércitos aliados han luchado por la dignidad humana y contra la obsesión Hitleriana. En proclamas a su pueblo, y a los demás, Hitler llamaba a un nuevo orden mundial, por mil años, de raza aria superior liderada por él, como “führer” del pueblo germano y la doctrina nazi. Y sojuzgar a los pueblos conquistados, señalados como inferiores, al servicio esclavo a la raza superior.
Las puertas de los campos de concentración estaban abiertas.
Escuchando la noticia, nos embargó una amarga emoción, una profunda tristeza, difícil de explicar lo que sentimos. Por primera vez hubo llantos, liberados del peso agobiante acumulado en aquellos nefastos años. Conscientes en saber que todos hemos quedado huérfanos de padres, hermanos y familiares. En soledad, sin retorno posible. Con agobiante peso llevado de lo sufrido, de lo vivido y de lo visto. En el desatado infierno terrenal nazi, bajo sus sangrientas garras.
Haber sobrevivido fue el destino y circunstancia de pocos.
Hubo muchas cavilaciones: ¿qué hacer? ¿a dónde dirigirse? ¿a quién encontraremos? ¿cómo nos recibirán los demás?
Cruzando las puertas abiertas.
Aquellas tierras que hemos abandonado han absorbido ríos de sangre, lágrimas y cenizas humanas, no hay tumbas ni lápidas con nombres, quedó un vasto cementerio.
Hemos conservado la identidad. Con la firme convicción, apostando por la vida, volver a reconstruir algo de lo destruido y perdido. Plantar un árbol, cuidar sus incipientes ramas que brotaron.
Los centenarios árboles de muchas generaciones fueron arrancados de cuajo, quedaron pocas semillas.
Una nueva incipiente familia estaba renaciendo. Hemos dado todo de sí, en soledad, sin recursos, sin descanso la tarea fue dura, lo que nos permitió que en las cortas noches de descanso no tener pesadillas que nos agobiaban. Sentimos algo de orgullo haber logrado lo propuesto, de lo necesario.
La venganza fue haber sobrevivido a Hitler. No sentimos odios ni revanchas, es destructivo, pero no olvidamos.
Llegamos a ser testigos de la creación del Estado de Israel, la patria renacida del pueblo hebreo. Luego de dos mil años de destierro forzoso de su pueblo. Viviendo en tierras foráneas, sufriendo sangrientas persecuciones y vejaciones. El Estado de Israel, su pueblo todo, junto a los pueblos de buena voluntad, nos permitan que hechos semejantes se repitan. Es un deseo y esperanza, vivir en paz, con respeto mutuo, con los demás pueblos. Con dignidad y orgullo por la tenacidad.
Con el correr de los años hemos vuelto a presenciar hechos aberrantes, odios, revanchas raciales, matanzas masivas, odios religiosos del furibunfo fundamentalismo, dejando un tendal de víctimas inocentes, no importa, caiga quien caiga.